LA REVOLUCIÓN CULTURAL EN EL RENACIMIENTO
Luis Azurmendi
Un nuevo medio de difusión y comunicación revolucionó la
cultura en el Renacimiento: el libro
En el Medievo los códices manuscritos estaban al alcance de
muy pocos e ilustrados lectores: solo los que podían leer en latín y adquirir
una costosa copia. El resto de los mortales escuchaban las voces de los
púlpitos, o en los refectorios de las abadías o a los maestros de oficios con instrucciones técnicas leídas en los gremios.
Frente a esa situación, el libro, producto del reciente
invento renacentista de la imprenta, cambiará radicalmente la situación: la
difusión es muy amplia, los lenguajes son diversos y al alcance del pueblo. Y se
traduce, se traducen lenguas y nombres técnicos. El libro siembra cultura y comunicación, pero
erosiona los poderes absolutos que, alarmados, pronto pondrán restricciones, controles o prohibiciones.
Los libros sobre máquinas tendrán una rápida expansión en Italia, Francia y Alemania. Sin embargo, en España, en el siglo de oro, apenas
acertamos a encontrar ese tipo de libros; códices y manuscritos sí que los hubo, porque
había científicos y técnicos de gran altura, como ingenieros-arquitectos en
torno a la magna obra de El Escorial y que dejaron buenos testimonios de sus
trabajos. Pero entonces ¿porqué, precisamente en el mayor Imperio conocido, no se publicaron libros sobre máquinas?
ORIGEN Y DIFUSIÓN DE LA IMPRENTA
En un pequeño taller de la ciudad de Maguncia un artesano
orfebre, Johannes Gutenberg, logró fabricar un sistema, denominado de “letras
móviles metálicas” que logró superar la fragilidad del inicial sistema de las
letras de madera. De esta forma se imprimió (1452-1454) la famosa Biblia de
42 líneas que podría reimprimirse indefinidamente.
La invasión de Maguncia disperso a sus habitantes y el grupo
de Gutenberg también se dispersó por Alemania, Italia y otras ciudades europeas.
Varios colaboradores del taller, conocedores de los secretos del método de
imprimir, instalaron nuevas imprentas en Italia (1465), en Francia en Paris en
1470, en los países Bajos e Inglaterra. En España la Iglesia patrocinó por
primera vez en Segovia (1472) una imprenta dirigida por un impresor alemán.
Este fue el origen de la difusión del sistema de imprenta que Gutenberg había
ideado.
Pero pronto las autoridades civiles y eclesiásticas, “se
dieron cuenta de la peligrosidad del nuevo medio de comunicación y así la
censura adquirió nuevas dimensiones” (Klaus Wagner) que lograba filtrar los
contenidos y aprovechar toda la fuerza de difusión al servicio de sus intereses.
En 1515 se amplió la bula a todo el ámbito religioso[1].
Entre 1450 y 1500, se editaron los libros denominados incunables, y se cree que su número pudo alcanzar varios millones de ejemplares, mas de la mitad de carácter religioso. Solo el 10% tuvo un carácter científico.
Además, la impresión requería una inversión importante en maquinaria que obligó a los impresores a buscar socios que garantizasen el capital necesario o mecenas que patrocinasen una edición concreta. Si añadimos los derechos de los autores comprenderemos cómo, con el tiempo, los libros se diseñan con portadas donde aparecen permisos, nombres y privilegios (luego patentes) de todos los participantes de la edición. A partir de 1500 hace su aparición los libros sobre máquinas con un estilo y características muy singulares, con portadas escenográficas, y numerosas imágenes grabadas en su interior; se trata de de lo que se denominó los Teatros de las máquinas.
[1] Claus Wagner en “La imprenta en la Europa del siglo XV”. Información de la Exposición de Sevilla-
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