11/4/23

PUBLICACION DE LITORAL ATLANTICO

 EL SONIDO DE LAS MÁQUINAS ( Cortometraje de Miguel Azurmendi) 


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Aún hoy día en lugares recónditos, junto al cauce de los ríos o en la costa encontramos restos de antiguas máquinas y edificios que, aun estando en ruina, invadidos por la vegetación, anegados por las aguas o aterrados por sedimentos, delatan una antigua actividad.

Cuentan que, en aquellos lugares, se oía el profundo eco de un trepidante sonido: era el incesante golpeteo de unas enormes máquinas hidráulicas que no cejaban su colosal ritmo ni aún por las noches; tan es así que, en algunas descripciones literarias, como en el Quijote, se relata que “…ese ruido acompasado que una noche inquietó a D. Quijote…” refiriéndose a un batán [1]. O escuchamos sentencias populares como que “gruñe más que el gorrón de una noria…” refiriéndose al roce de maderas al girar de las norias.[2] . O aquella famosa noria del Palacio de los Emires de Córdoba que la Reina Católica mandó detener por su molesto sonido[3] O en Jaun de Alzate[4] cuando los ferrones cantan: ¡Dale, Machin! ¡Resuene de día y de noche nuestra canción del martillo: tin tan,tin tan!...en la ferrería derrumbada…en donde al golpe del martillo brillan constelaciones de chispas.”

 Se trata, efectivamente, de antiguas instalaciones y edificios para albergar las máquinas hidráulicas que fueron utilizadas para la obtención del hierro con que fabricar la mayoría de los productos necesarios para la vida cotidiana: las herramientas para trabajar las tierras, o hachas y sierras para talar los bosques, construir los edificios, fabricar las armas para la confrontación bélica, moler los granos para la alimentación, fabricar el papel, o la ropa o para regar las huerta allí donde el agua de los cauces naturales no alcanzaba el nivel necesario para su distribución.

 En los valles de las cordilleras Cantábrica y Pirenaica, junto a ríos y bosques, en lugares apartados y solitarios, encontramos restos de edificaciones, a veces imponentes, con canales y alineaciones de arcos en piedra de sillería, con muros ennegrecidos por antiguos humos de fuegos alimentados con carbón de leña y restos de escorias y magmas de hierro fundido. Los tradicionales caminos de acceso están, también, impregnados de testimonios que indican la existencia de una actividad relacionada con el hierro: los muros de piedra se entrelazan con escorias, igual que el suelo de los caminos o los bordes de los ríos. La arquitectura de aquellos lugares también utilizará sillares o mampuestos de color rojizo alternado con negras “ripias” de escoria que recuerdan la existencia de hierro en las cercanías.

Y efectivamente, porque también la toponimia, los nombres de aquellos lugares, nos descubren una actividad relacionada con la obtención del hierro: lugares como los denominados Las Fraguas o el Valle de Herrerias, en Cantabria o los términos finalizados en “ola” en el País Vasco, como el río Urola, o los Mazos de Asturias y Galícia  o la farga catalana son, todos, términos relacionados con la producción del hierro.

 



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