La antropologa Mary Roscales recuerda la actualidad de la obra de Primo Levi
Es autora de la investigación sobre este autor publicada por la Universidad de Cantabria
Del artículo del Diario Montañes |
CENTENARIO PRIMO LEVI:
LA MEMORIA LITERARIA CONTRA LA SHOÁ
Mary Roscales
Este año se cumplen 100 años
del nacimiento de primo Levi (Turín, 1919-1987) y quizás hoy más que nunca se
hace necesario traer a la memoria sus versos de “Si esto es un hombre”,
recogidos en su obra “A hora incierta”:
Pensad que esto ha sucedido: / os
encomiendo estas palabras. / Grabadlas en vuestro corazón / al estar en casa,
al ir por la calle, / al acostarse, al levantaros: / repetídselas a vuestros
hijos/.
Primo Levi que nació en el
seno de una familia judía y estudio Química en la Universidad de Turín, fue uno
de los pocos sobrevivientes de Auschwitz, campo de concentración al que fue
deportado en 1943, en el que millones de prisioneros judíos, gitanos,
homosexuales, testigos de Jehová, etc. como él fueron asesinados por los nazis.
Tras ser liberado, en 1945, por el Ejército Rojo, regresó a Turín, su ciudad
natal, dónde escribió uno de los más extraordinarios testimonios sobre los
campos de exterminio. El interés de Levi por dejar constancia del fenómeno de
los campos de concentración nazi y de lo allí sucedido, se encuentra recogido
en tres libros, que marcarían su obra literaria Si esto
es un hombre (1947), su opera prima, La
tregua (1963), donde narra el viaje de retorno a Italia y Los hundidos y los salvados (1986), que
se puede considerar un documento científico universal, que parece responder a
una posibilidad ontológica, la pregunta sobre el hombre y lo humano. También
Levi produjo una novela y varios libros de relatos, como El sistema periódico, donde desde su condición de científico y
tomando los veintiún elementos de la tabla periódica, relata su vida. También
escribió, entre otros, Lilít y otros
relatos, Última Navidad de guerra,
Si ahora no ¿Cuándo?, o el último
publicado Yo, quien os habla.
Conversaciones con Giovani Tesio.
Se puede afirmar que Levi
escribió con la autoridad adquirida del testigo vivo y activo de los
supervivientes de los campos de concentración. Haber sobrevivido significó para
Levi satisfacer una demanda de testimonio, tener que tomar el mal, convertirlo
en informe, transmitirlo a los familiares de los muertos y finalmente, dar su
expresión definitiva. Es uno de los primeros supervivientes que consiguió
extraer de un dolor vivido como inconmensurable, las líneas de una narración
que permitiera recordarlo, superarlo, sin apartar la mirada de él. Nunca, por
tanto dejo de testimoniar, porque temía que el revisionismo y el negacionismo,
ahora tan actual, creciera en Europa, también temía que nadie le creyese cuando
narrara sus experiencias, no encontrar las metáforas con las que contar lo
indecible, las que representaban sus heridas. Por ello sus memorias y relatos,
en el centenario del nacimiento del escritor turinés, en los que se unen tanto
la voluntad del narrador sobre su propia experiencia, enriquecida con un acúmulo
de conocimientos históricos, relatos escuchados, encuentros con lectores de sus
libros, es preciso recordarlas para como él siempre manifestó no se repitan.
Para luchar contra la desmemoria.
Siempre escribió desde el
deseo expreso de que tan cruento episodio histórico, y sus correspondientes
mecanismos de represión y exterminio no volviesen a suceder nunca jamás; si
bien Primo Levi tenía sus dudas y reservas al respecto: ¿Hasta que punto ha muerto y no volverá el mundo del campo de
concentración así como han muerto la
esclavitud o el código de los duelos? Levi tomó la decisión de reflexionar
y escribir sus vivencias para advertirnos que algo ha sucedido y, por consiguiente puede
volver a suceder: esto es la esencia
de lo que tenemos que decir. El pasado no puede convertirse en algo
impensable, es una realidad inconcebible que no debemos soslayar e ignorar en
el posterior decurso de la historia. Este es el mensaje que Primo Levi nos
quiso transmitir, y para ello escribió sus libros.
Los Lager y los restantes
campos de concentración, construidos en la, aún cercana, Europa de mediados de
este siglo, fueron un aspecto esencial en la culminación de los totalitarismos.
Según Levi, sus manifestaciones más monstruosas han sobrevivido, en cierto
modo, al hecho de su propia derrota en la Segunda Guerra Mundial: el horror de Hiroshima y Ngasaki, la
vergüenza de los Gulag, la inútil y sangrienta campaña de Vietnam, el
autogenocidio de Camboya, los desaparecidos de la Argentina. Primo Levi
conocedor del efecto destructor de la barbarie de la regímenes totalitarios del
siglo XX, y de sus infernales “fábricas de la muerte”, escribía en su poema “El
superviviente”: desde entonces, a hora
incierta, / aquella pena retorna, / y si no encuentra quien la escuche / el
corazón se abrasa en el pecho. Esta era su voz y la de aquellos por los que
quiso testimoniar. Las voces y los muertos de entonces y también las voces y
los muertos de ahora: del 11S, de Irak, de Sierra Leona, de Afganistán, de Yemen,
de Siria. Estas sí, profundas “poéticas del silencio”, en las que se encarnan a
sangre y fuego las voces y las cenizas de quienes ya nunca más podrán tener
voz. Las voces y las miradas vacías de vida con las que una multitud de
víctimas inocentes de la “banalidad del mal” de la barbarie de todos los
tiempos, interrogan –quizá inútilmente- a nuestra propia “indiferencia
acomodaticia”.
Esperemos que las crónicas
de los horrores inherentes a todo sistema totalitario (las de Primo Levi y
tantos otros), cualesquiera que sea la modalidad o ropaje ideológico con el que
se presenten, no caigan en el olvido, porque ello supondría abrir de nuevo las
puertas a la intransigencia, a la negación sistemática de las libertades
fundamentales del individuo, a la depuración étnica (de trágica actualidad) y
al retorno de una compleja y nefasta red de prácticas que siempre terminan
conduciendo a los mismos y semejantes espacios concentracionarios y
exterministas de antaño. Territorios de ausencia de piedad, de donde resulta
imposible, o sumamente costoso para el ser humano, regresar una vez que se ha
tomado el fatídico camino de respaldar, desde la plausibilidad social, la
barbarie totalitaria.
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